Con esta guía de viajes de Islas Feroe ponemos rumbo a un archipiélago boreal que huele a hierba y sal. Camino al Ártico, 18 islas de origen volcánico y arrebatadora belleza de praderas, acantilados, cascadas y fiordosapartadas de la masificación del turismo nórdico y el ritmo continental, donde resuena el balar de las ovejas y el silbido de la brisa marina. Sus 50.000 habitantes llevan una vida serena, esencial, austera pero brillante. Una alquimia razonable entre tradición y modernidad. Tierra de clima cambiante y grandes contrastes: áspera y confortable, dura y afable, Feroe es un lugar melancólico y muy hermoso «para ir más lejos».


En Gabol recorremos uno de los lugares más bellos, curiosos y auténticos del hemisferio norte en esta guía de viajes de Islas Feroe. Dramáticos acantilados, fiordos, cascadas y farallones erosionados por los rugidos del mar, playas de arena negra, pueblecitos de coloridas casas acomodados en enclaves imposibles y las leyendas creadas por los hombres. Feroe es el secreto mejor guardado de Europa.

Alguien -muy viajado- dijo que Feroe es el paisaje más melancólico del mundo. Y quizá así sea. Cuesta imaginar la vida de aquellos monjes irlandeses que por primera vez poblaron esta intempestiva tierra en el año 600 D. C. Doscientos años más tarde llegaron los vikingos, y aunque siga resultando titánica su supervivencia desprovista de cualquier avance o comodidad, lo cierto es que la figura del vikingo en nuestro imaginario es posiblemente la idónea para afrontar la dureza de la vida feroesa. Tal vez también por eso sus habitantes y descendientes sean hoy la más sorprendente versión de un ciudadano amable, orgulloso y generoso con los visitantes.

Vivir en un archipiélago boreal de 18 pequeñas islas de origen volcánico y arrebatadora belleza puede favorecer su afabilidad, pero ciertamente se palpa entre sus gentes más que el deleite constante, un sentimiento de pertenencia e unión envidiable. Recién llegados, fácil es reconocer durante el trayecto en el bus local que lleva del aeropuerto a su modesta capital, Tórshavn, lugareños de turistas. La diferencia está en sus rostros. Para los feroeses ese paisaje de extensiones onduladas verde-ocre, prados infinitos y acantilados, desprovisto de acción humana y rallado a raudales por cascadas, manantiales, riachuelos y todo trasiego de agua que se pueda imaginar, es su mendrugo de pan, su café con leche de la mañana, su barrio, su oficina, su día a día.

Para nosotros Feroe son esas islas camino del Ártico, pertenecientes en cierto grado a Dinamarca y algo parecidas a Islandia -pero sin la fama-, desconocidas, salvajes, remotas. Son ese viaje para el que ya lo ha visto todo. Encima en Europa. Y la pregunta de cómo serán sus 50.000 habitantes -de los cuales 20.000 viven en la capital- planea sobre nosotros poco antes de tomar el vuelo. Y no está de más la duda, pues están hechos de una pasta especial -¿pasta vikinga?-, porque si algo caracteriza a las Islas Feroe es su impredecible e inclemente clima. 'Si no te gusta el tiempo que hace, espera cinco minutos', reza el dicho. Aquella es la tierra del kanska o 'quizás'; lo único que está en nuestras manos es esperar, tener paciencia y confiar.

Si entendemos que el clima nos forja, uno empieza a entender a los feroeses. Allí la vida transcurre paralela al ritmo continental entre el balar de sus ovejas -que duplican en número a sus habitantes- y el salitre de la brisa marina. Serena, esencial, austera pero brillante. Las expresiones artísticas como la música, la escultura o la moda local, las reuniones en casa de familia y amigos, los restaurantes como Barbara Fish House y cafés como Umami, con alma hygge, las actividades al aire libre, su pasión por el fútbol y el arte de tejer, su gastronomía y cerveza local Föroya Bjór, su gran conexión con la capital danesa... Les hace mucho más que un pueblo resistente. Respetan la naturaleza en toda su crudeza y virtud, y conviven con ella sin dejar de celebrar la vida. Una alquimia razonable entre tradición y modernidad.

Una tierra de contrastes: de niebla espesa, lluvia fina -o intensa-, y después, un arcoíris esplendoroso. Del feroz rugido del océano al tímido silbar de la hierba acariciada por el viento. De melodiosas baladas tradicionales a guitarras paganas como las de la banda local de rock Týr. De la más rudimentaria y controvertida pesca de ballenas a las más exquisitas creaciones del chef Poul Andrias Ziska (Nordic Prize de cocina 2014) en su restaurante Koks, en Kirkjubøur. O de la más salvaje y áspera lana de sus ovejas, a las delicadas creaciones de la diseñadora de Guðrun & Guðrun.

La base de su economía es la pesca, y aunque son muchas las iniciativas que nacen de su escasa población, al país le faltan jóvenes, y sobre todo esas mujeres que se van para estudiar en el continente y ya nunca vuelven.

Estas remotas y aisladas islas son el gran hogar de los frailecillos en verano, que se concentran principalmente en la isla de Mykines, conocida también por su faro. La presencia de faros en lugares imposibles es una constante y un gran atractivo de la isla. Como lo son los acantilados y fiordos en sus costas. Nos desplazamos por túneles subterráneos excavados bajo el océano. Caminamos entre los acantilados de los fiordos en unas tierras donde ferries y helicópteros hacen de transporte público local. Hay islas a las que solo es posible acceder en helicóptero y muchas tienen poblaciones extremadamente reducidas, en una de ellas vive una sola familia. Y es que hay cosas que solo podrían suceder en Feroe. Por eso, Feroe no se parecen a nada.

Si visitas Feroe te recomendamos alquilar un coche con algo de tiempo de antelación pues son escasos en la isla, y recorrerla por etapas hospedándote en diferentes guesthouses. Allí es la forma de alojamiento principal. En Tórshavn puedes alojarte en alguno de sus hoteles: el más popular es Føroyar, un moderno cuatro estrellas situado en un edificio camuflado bajo tejados de hierba en lo alto de una colina a las afueras.

Y ya entrados en harina, coge un mapa y traza tu recorrido. Feroe tiene cientos de enclaves únicos por los que hacer trekkings, disfrutar de vistas espectaculares y dejarse invadir por su belleza. Algunas de nuestra recomendaciones son el Fiordo de Saksun, el pueblo de Gasádalur, Slaettaratindur -al pico más alto de las islas-, Sørvágsvatn -el lago más grande de las islas-, el pueblo de Gjógv y la ciudad de Klaksvik donde te recomendamos tomar algo en Fríða Kaffihús.


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